Imagina entonces poner en el tablero de la interacción, un puñado de reglas obra de tu imaginación, aquellas donde la propia pericia podrían matar la mejor de las astucias, sueña con poner en jaque a la lógica con un tecnicismo, coartar a la química con una descalificación, alterar a la física con un giro de redirección. Sería fantástico dominar el tablero siendo tú mismo, sin la necesidad del menor esfuerzo, a sabiendas que tu peqeña introspección te lleva a la remuneración, has encontrado un grado de felicidad sin siquiera pestañear.
Los cánones han dictado la similitud entre el juego y la guerra, entre la misma guerra y el amor, hay que dejar en claro que quien poco arriesga todo tiene por ganar y al mismo tiempo casi nada por perder, la ironía se torna densa, posteriormente perversa cuando el creador del juego se siente rebasado, sus castillos son endebles, las armas insuficientes y la defensa una falacia, jamás tendremos la batalla ganada reculando y jugando a sobrevivir, quien nunca ataca aspira a no perder, quien no batalla poco tiene por ganar, aquel que no sangra simplemente no debería luchar; pobre de aquél que encuentre gallardía en rivales de jerarquía intrascendente, mísero guerrero el que encuentre consuelo fuera del coliseo, indiferente el triunfo bajo la sombra de la compensación a la tristeza, imperdonable la superioridad ante la sombra del miedo transformado en grandeza, pero sobre todo, valiente aquel que ataca de visita sin medir las consecuencias, bravía la delantera que irrumpe en el corazón del poderoso, derrotado aquel que en propia tierra brinde un comportamiento vergonzoso.